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PINTORES FOTÓGRAFOS

EXIT – 61

2016

En este número el centro sobre el que todos giramos sigue siendo la imagen fotográfica, pero el movimiento viene impulsado por la mirada de los pintores. De unos pintores que están, han estado, inventando la pintura con una mirada diferente. Que han sabido regenerar una forma de hacer, de mirar y de ser. La pintura siempre fue una práctica en la que la mano era el motor, generaba la acción y la realidad de esa acción. Se ha hablado del cuerpo, del gesto, de la fuerza del pintor, pero un día la mano cedió su papel motriz, el rol del director de escena, a la mirada, al ojo. Cuando hablamos del inicio de la fotografía, de las razones que llevaron a su creación, nos resulta evidente su papel esencial de herramienta colaborativa. La fotografía es una herramienta esencial en la ciencia, en la investigación, en la documentación de la vida cotidiana, de los cambios sociales, pero también lo es en el conocimiento de las plantas, de la naturaleza, de la realidad de un mundo inaprensible.

Edita: EXIT
Año: 2016
Textos: AA.VV.
Páginas: 176
Idioma: castellano, inglés

ISSN: 1577-2721

Hay imágenes que desafían la gravedad, el orden y la naturalidad de los elementos que nos rodean. Así son los equilibrios que gravitan en las hojas de contactos del pintor y escultor madrileño Guillermo Mora (Alcalá de Henares, 1980). A través de la repetición de elementos, colores y formas sencillas, la mirada se pasea de una instantánea a otra estableciendo relaciones. ¿Por qué yo no lo veo si son objetos tan básicos que deberían saltar a la vista? Se requiere una mirada como la suya, juguetona y sugerente que invite a ver el mundo a su manera. Aunque parte de la pintura, Mora no se queda en la mera contemplación sino que construye con ella espacios fronterizos, que desafían y cuestionan el orden natural de las cosas. Sus esculturas mantienen también esta lucha interna entre diferentes cualidades de los ob-jetos, tensando y abrazando los límites entre lo suave y lo craquelado, entre lo volátil y lo robusto.

Cualquier conjunto fotográfico corre el peligro de encasillar la imagen en función de un tema común, aunque a la vez la libera de ese poder que raramente una fotografía en solitario ejerce desde que el momento decisivo de Henry Cartier-Bresson se quedara en los anales de la fotografía. En este siglo xxi, la imagen ya no puede detenerse ni siquiera contener un instante o idea unitaria. La imagen es digital, es un ir y venir por un atlas de referencias que, además de las impuestas por la memoria del espectador, previamente Guillermo Mora ha preparado en sus mosaicos para guiarnos por su mapa de conexiones y sensaciones. La imagen flujo, como ya anticipaba el historiador Aby Warburg, cambia la historia del arte tal y como la conocíamos para proponer una relación casi táctil o emocional con las imágenes y con nuestra experiencia. Ni la historia ni las imágenes son lineales y se suceden las unas a las otras como en un dia-porama o una exposición sino que conviven en paneles.

La capacidad para indicar de la fotografía -el llamado índex que señala un elemento cualquiera para elevarlo a obra de arte- se multiplica en estas obras interactivas. Cada imagen señala a su compañera, dialogando entre ellas, con el espectador y el autor de una manera lúdica, aunándolos en un espacio cíclico, donde todas las imágenes, tal y como afirma el artista, se merecen una segunda oportunidad.